Es aproximadamente entre la cuarta y sexta semana de vida cuando tu bebé te hace el mejor de los regalos: su primera sonrisa.
Durante el primer mes, el bebé sonríe de forma espontánea por causas desconocidas,
incluso puede hacerlo mientras duerme. Es un reflejo del recién nacido, también conocido como sonrisa angelical.
Pero la primera sonrisa de verdad plena es la sonrisa social en respuesta a un estímulo del padre o de la madre. Es la
primera comunicación bidireccional entre los padres y el bebé. Junto con el llanto, es la forma de comunicarse con las personas que le rodean.
Aparece cuando ve un rostro humano que también le sonríe o le
habla. Si lo miras a los ojos a una distancia de entre 20 y 40 cm y le hablas de forma suave, el bebé cambiará la expresión de su rostro, de sus ojos y abrirá sus labios para esbozar una
sonrisa.
Al principio sonreirá a todos los
que le hagan una sonrisa, como una respuesta de cortesía, pero poco a poco se convertirá en una sonrisa selectiva. Comenzará a discriminar las caras y las voces que le resulten familiares para
regalarles sus mejores sonrisas.
Mira con
mayor interés y durante más tiempo a los rostros que les observan con verdadera atención y a los que ve con mayor frecuencia. Su cerebro muestra una mayor actividad eléctrica en el momento en el
que mamá, papá o un familiar cercano interactúa con él, respondiéndoles con una sonrisa.
Poco a poco, como respuesta a los estímulos, mimos y caricias irá añadiendo sonidos a la sonrisa y la acompañará con un movimiento
de manos y piernas.
Esta comunicación mimos-sonrisa beneficia enormemente el vínculo entre el bebé y los padres, además de
favorecer su desarrollo como ser social.
En un artículo publicado en la revista Pediatrics, investigadores del Baylor College of Medicine, en Houston, Texas, y del University College, en Londres,
demuestran, mediante imágenes funcionales del cerebro obtenidas con resonancia nuclear magnética funcional, que cuando una madre contempla con placer la cara sonriente de su hijo, con pocas
semanas de vida, se activa una extensa área de su cerebro conectada con las neuronas que elaboran y liberan la dopamina, una sustancia neurotransmisora relacinada con el placer, un área implicada
en el denominado proceso de recompensas, cosa que no sucede cuando la cara del bebé muestra una expresión neutra o triste.
En el análisis de las secuencias de esta fascinante demostración se integran: un estímulo que resulta placentero para la mirada maternal, la activación de un área
cerebral de la madre en la que abundan unas neuronas específicas que elaboran y liberan la dopamina (neuronas dopaminérgicas), área en la que se despliega un complejo sistema cerebral compuesto
por núcleos celulares y conexiones, por el que transcurren las secuencias del proceso biológico que convierte a determinados estímulos en una recompensa (“reward”) cuya experiencia nos agradaría
repetir una y otra vez (“coming back for more”).
Es el sistema cerebral de recompensa el que hace que el individuo desarrolle conductas aprendidas que responden a hechos placenteros o desagradables. La recompensa
de la madre es el gozo que le provoca contemplar la expresión facial de felicidad en su hijo.
La dopamina está implicada en el control de los movimientos corporales, como se demuestra por el hecho de que la enfermedad de Parkinson es debida a su ausencia en
determinadas áreas cerebrales (sustancia nigra, núcleo estriado, área ventral tegmental del tronco cerebral, situada inmediatamente bajo el tálamo, y sus conexiones con el núcleo accumbens,
localizado en el lóbulo frontal), una ausencia que provoca deficiencias marcadas en la movilidad, la motivación, la atención y la función cognitiva, las cuales pueden ser paliadas por la
administración de una sustancia precursora, la L-dopa.
Bibliografías consultadas
www.saludlandia.com
www.bebesymas.com
El increíble universo del recién nacido - J. C. Martínez - Ateneo- Lidium- Bs As 1989
Los primeros años de vida: Perspectivas en desarrollo temprano – Roberto C. Frenquelli – Homosapiens Ediciones- 2005